Richard Roselló
Cualquiera
hubiese claudicado a la vida. Pero él no. Limitado de sus potencialidades y de
pérdidas afectivas, aprendió a crecerse por encima de sus propias limitaciones.
Esta es la historia singular de un joven que ha falta de visión, ayuda y otras
insuficiencias, supo levantarse sobre su voluntad.
Lázaro
Días Hernández es su nombre. Nació en Batabanó un remoto pueblo costero al sur
de La Habana, un 3 de octubre de 1971.
Por
un accidente, durante el parto de la madre, Días Hernández quedaba afectado de
su visión parcial hasta que nubló sus ojos. Su madre moriría joven, su padre
también. Al cuidado del niño quedó su abuela.
Antes
que la vida comenzara a arrebatarle sus seres inolvidables, pequeño aun y con 5
años descubre en la educación de un hogar humilde, la insaciable curiosidad por
la armonía. El infante con escasa visión fue desarrollando sin embargo, una
aptitud particular para la música.
Orelio
(Tata) Borges, su biógrafo y a cargo de la sección de cultura municipal en
aquel entonces, destacó que Lazarito le pareció paradigmático que a su edad
entonara las notas musicales del Himno Nacional sobre un piano de juguete. Era
el regalo de su abuela por el Día de los Reyes.
Cerca
de su casa y a unos escasos metros, acontecía cada domingo, un encuentro de
trovadores musicales de la cultura local. Era insospechable que aquel escenario
serviría de cantera en la cultura del pequeñín.
Con
el tiempo, Hernández sorprende a convecinos. Sin educación musical, aprende a
tocar piano. Luego guitarra de caja, tumbadora y percusión en batería. Fue aquí
cuando Lazarito escribiría su nombre.
Surgen
en el pueblo muestras de apoyo que le aclamaban. En 1978 realiza pequeños
conciertos de barrio, luego en la Casa de la Trova de su localidad la que se
colma de un público muy heterogéneo que aclama cada pieza.
Por
los años 80 con apenas 9 años era entonces un trovador con repertorio de lo
tradicional y de la Nueva Trova. Agrega a su aprendizaje otros instrumentos
musicales como el acordeón, la filarmónica y el timbal. El defecto de contar
con un paladar hendido le facilitó sin embargo, reproducir con maestría el
sonido de una flauta en su acompañamiento.
A
los 15 había compuesto y cantado sus propias canciones como: son, guarachas y boleros.
Su popularidad iba en ascenso, tanto en su pueblo y otros municipios.
Con
experiencia y conocimientos musicales necesarios, organiza su banda “Los Chicos
del Fuego”.
En
1988 la juvenil agrupación hace su presentación pública en una residencia privada.
Y ese año debuta en el cine teatro Batabanó a salón lleno. Su repertorio
incluía baladas, canciones y boleros y algunos temas de salsa y guaracha.
Con
exitosa actuación, entre 1988-1994 su agrupación pasa a ser la más solicitada
del territorio. Además de dirigir y tocar la batería, incursiona en otros
escenarios como guitarrista y trovador entre las que se destacan piezas de su
autoría como: “La Picazón”, “Ciegos del Mundo”, “Canción a mi madre” y otras.
Por
quince años de carrera artística, asistió a campamentos, cines, teatros,
cabaret y otros centros del municipio y provincia de La Habana, Pinar del Rio y
Matanzas.
Todas
sus energías las puso en función de la representación y administración del
grupo. En agosto de 1994 tras lamentable pérdida física de una de sus
cantantes, se desintegra la agrupación y a muy poco tiempo después, muere la
abuela de Lazarito.
En
1995 quiso organizar su grupo pero fracasa por falta de recursos y salida de
algunos integrantes fuera del país. Emprende entonces una vida de solista como
trovador y canta autor. En el 2009 un grupo de amigos, le celebraron sus 25
años ofreciéndole una retrospectiva musical de su labor artística. Un momento
inolvidable de su vida.
Desde
luego, Lázaro es parte ya de esos iconos populares de la cotidianidad de un
pueblo, aunque no sea visto así. Sepultado aun por la indiferencia estatal, se
abrió paso a sí mismo. Sin una falta de orientación correcta, desprotegido y
con una sencillez pudorosa, Hernández no ha dejado de ofrecer su arte a su público
y todos los que lo admiran y quieren.
En
su itinerario de superarse a sí mismo, Lázaro se las ha agenciado a la buena de
Dios y por obra de una tía muy atenta. Instrumentos y necesidades han sido
costeados por ellos. Aun así, este batabanoense que canta, recita y compone,
tiene magia en la improvisación. Posee cualidades auditivas de excepcionalidad
y una voz sonora y rítmica que la coloca en su momento de clímax. Más con esa
potencialidad sigue encerrado en lo cotidiano y absurdo.
Escribe
canciones, algunas tan controvertidas sobre realidades cotidianas. Hace unos
años, durante un censo de discapacitados, Lázaro pidió —porque había que pedir—
una computadora como parte de sus necesidades. La época de los avances en
sintonización de voz mediante equipos informáticos estaba avanzada en el mundo,
haciendo accesibles algunos programas para débiles visuales. Lázaro lo sabía.
Pero:
_“¿Computadora? ¿Para que usted quiere una
computadora?”, preguntó una especialista del censo con el rostro
estupefacta.
Entre
sorbos de refresco, sentado en su hogar, con guitarra en mano, la respuesta de
la orientadora desalentaron su alma. Días Hernández no concebía que a una
persona con sus limitaciones se le niegue la oportunidad de superarse en la
vida
No
paso un año y Lázaro, gracias a un vecino que reside en Miami, le hacía llegar
su soñando artefacto con lo que es capaz de grabar sus canciones, producir su
propio CD y escribir si se le antoje. Era algo irrealizable para un joven que
percibe de la Asistencia Social unos 150 pesos mensuales, siete dólares en su
equivalente.
De
aquel computaricídio salió de su autoría una graciosa guaracha: “La
computadora”.
Pero
Lázaro es también un tipo sui generis. Desinteresado por aprender el braille,
él se considera así mismo como un analfabeto dichoso. La mayoría de los ciegos
consigue su independencia sólo con el uso del bastón. Lázaro lo ha resuelto de
otra manera. Se ayuda de un Lazarillo o de su vehículo. Nos referimos a una tricicleta que lo lleva a su rumbo. El origen del porque la tricicleta
y no el bastón hay que buscarla en su guaracha “La bicicleta China”.
Lázaro
Díaz Hernández es “un trovador en bruto y
sin pulir”, según su biógrafo. Para otros “posee una capacidad sorprendente
para actuar en diferentes escenarios y hacerlo bien: en música campesina e
infantil. En sones y baladas para cabaret. Y en canciones y boleros para club,
según Yamila Rodríguez su representante actual.
“Lázaro es de hablar poco pero es
paradójicamente muy, muy chistoso”, destaca Rodríguez.
Hernández
ha creado sus propios arreglos a canciones interpretadas por Lino Borges. Una
larga actividad artística, sin remuneración alguna, ha cimentado el sudor de
este trovador. Pero. Detrás de este caso que llegó a lo que fue por vías del
sacrificio y el diario cotidiano no valdría lastima sino el respeto y
admiración.
Mas
que lamentar, Lazarito es capaz de desdoblar las rabias de su vida con una
valiosa carga de alegría.
richardrosello@yahoo.com
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