domingo, 13 de marzo de 2011

Un siniestro disidente, revelaciones y conspiraciones X: Una mentira escondida en otra

por Richard Roselló

Periodista Independiente

 

11 de marzo de 2011

 

Foto: Elizardo Sánchez Santa Cruz

 

En marzo del 2003, 75 disidentes (periodistas, bibliotecarios y sindicalistas independientes) en todo el país, son brutalmente detenidos, llevados a juicios sumarios y enviados a prisiones muy distantes a su lugar de origen. Ninguno había cometido delito. No les ocuparon ni armas, ni explosivos. Solo libros, máquinas de escribir, papeles y un arsenal de ideas que fueron confinadas tras las rejas. Aquella acción no quedó en el olvido. El mundo supo condenarla mediante una magna tormenta de críticas contra Fidel Castro, al punto que Cuba quedó aislada, económica y políticamente del universo democrático, hasta el presente.

 

Tampoco sorprende que un grupo de agentes infiltrados fueran destapados al declarar contra los detenidos. Más sorprendente fue lo que ocurrió meses después. En septiembre del 2003, el gobierno de La Habana hace público un libro escrito a dos manos, por periodistas oficialistas bajo el titulo de El Camaján. El volumen de 67 páginas, ilustrado y con evidencias, expone la cara oculta del “disidente” Elizardo Sánchez Santa Cruz, cooperando con los órganos de la Seguridad del Estado y recibiendo una condecoración por los sustanciales aportes y esfuerzos a la causa de la revolución cubana.

 

Pero el libro intentaba distorsionar otra realidad. Defraudar a Elizardo, un supuesto desertor de aquellas filas. Los textos escritos con cierta burla, diseñan a un sucio personaje que intentó supuestamente burlarse de la Seguridad del Estado, al tiempo que reconocían sus aportes al país. Desde luego, la trama no dejaba de ser discordante.

 

Para confirmar la versión, días después es trasmitido por la televisión un video en la que se observa a Elizardo recibiendo una medalla por un alto oficial de la policía secreta.

 

Aunque muchos miembros de la oposición en Cuba lo rechazaron de un tajo, el exilio de Miami, se convirtió en su mayor enemigo. De inmediato, le retiraron las ayudas recibidas: medicinas, alimentos, ropas, dinero y la confianza en él depositada.

 

Cuando me percaté de que vivíamos en un país atestado de camajanes, le di mi apoyo incondicional. Fui entre los primeros en acercármele. Sin conocerle le expresé mi confianza y la de mis colegas periodistas independientes.

 

Me pidió que comprara algunas copias del libro. Intentaba burlarse haciéndolas llegar a varios amigos. Eso hice. Para entonces se fue tejiendo una amistad mutua. Le pedí permiso para escribir un libro sobre su figura. No se opuso, incluso me ofreció su oficina y computadora para hacerlo. A cambio le asesoraría en todo lo necesario a computación y archivos, de la que conozco un poco. A partir de ello me mantuve colaborando a su lado.

 

El libro contra El Camaján había significado un supuesto fiasco editorial. Corrían rumores de pérdidas económicas en Cuba, en Europa y México, donde se intentó lanzar. Fracaso total era la palabra más escuchada en los medios disidentes.

He aquí lo curioso. Un libro y una “infamia” se enterraban. Pero, nacía un Camaján.

 

En Cuba, como en el exilio, el vocablo ha tenido un largo meandro. El Cama le dicen los niños del barrio. Con el nombre de El Camaján apareció una página en Internet. Camaján le dicen a Fidel Castro… Y así consecutivamente.

 

Marcela, la hermana de Elizardo, odia a quien llame a su hermano: El Camaján. La actual pareja de Elizardo, te reprime con aquello de: “¡Oye, tú, ten cuidado! A Marcela no le gusta que le digan a su hermano Camaján. ¿No es gracioso?”

 

Pero aquel melodramático show, montado de librillo, había vaticinado un cierre como una famosa película de Alfred Hitchcock.


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