por Richard Roselló
Periodista Independiente
8 de julio de 2011
Foto: Elizardo Sánchez Santa Cruz
Los arribistas abundan en cualquier medio o sociedad. En la oposición en Cuba son palpables. En su afán atropellan a cualquiera. Son sujetos cuya obsesión es lograr a toda costa y costo, el poder, sin pensar en los sacrificios.
Las ansias de un arribista son de poder y más poder. Tanto que con ese poder se ganan la aceptación de todos. Ayudados, claro está, por un contingentes de adulones y personas sugestionadas de su poder de diálogo o del poder de la policía política, quienes les permiten hacer carrera ascensionista, y que es costumbre ver en las jerarquías opositoras y disidentes.
Ellos tienen un nombre. Hay que conocerlos e identificarlos, pues en este sano afán de prosperar, de desarrollarse –y ésto es muy valido entre los seres humanos, avanzar por el camino natural con el ejercicio de la ética–, ascienden por los escaños de la falsedad, la hipocresía y las argucias.
Cuando descubren que tienen ese poder lo usan contra todo aquel que se le antoje, solo para mostrar (como diría el mismísimo, Elizardo Sánchez Santa Cruz, al referirse al gobierno de La Habana y no a sí mismo) “su musculatura de poder”.
Ellos son así. Logran esos ascensos vertiginosos que hacen daño a los que abajo o a sus alrededores tratan de abrirse paso con los empeños de su capacidad. Esos son los anarquistas que logran subir, porque dicen, se creen, que tienen el poder.
Y así los encontramos, afanados, en arrancar un pedazo a algo o a alguien, bajo esa línea de conducta, enfermiza y obcecada.
Tienen otra cara; un rostro de buitre capaz de arrancar entrañas para obtener el poder. Y es cierto que su posición jerárquica es poder. Poder dañar, poder humillar.
El arribista no cree en deber, sino en poder. Por tanto, si lo tenemos clasificado no le hagamos el juego.
Sobre todo para aquellos que arrastrados por ese cepo de desenfreno, de arana y artificio, logran agrupar a un puñado de cómplices e incautos. A fin de cuenta, los arribistas, no tienen obligación de escuchar a los demás.
Un buen arribista parece ser fiel, duro, valiente, uno de esos en que se puede confiar. Pero sus dediciones son falsas, pura mentira, puro arribismo.
Los arribistas son ajenos a personas asociadas a cambios propios de su voluntad. Les gusta cambiar pero que no los cambien.
¿Cuántos hay afectados por el arribista, en Cuba como en el exilio? Ellos son los mismos que se aprovechan por nuestra complicidad, por el desconocimiento.
Son también esos cromañones contemporáneos que violan y que nos pisotean a su antojo con un ensañamiento digno de sus mejores causas. Su conflicto como es natural, posee un origen y un batallar por los pesos completos: dígase dólares, euros, pesos o dígase poder y victoria. Pero victoria falsa que pretende engañar bajo ese liderazgo que representa, en vivir del puro cuento.
No está muy lejos el día en que descubramos que es un verdadero perdedor. Por ello, si tienen de cerca un arribista, descúbralo, desenmascárelo. De paso estará haciendo un favor a la nueva sociedad y la ineludible transición.
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